Unsaon Pagluto Sa Law-uy: Una Receta de Misericordia

“Usahay akong mahuna-hunaan ang akong kapakyas na wala nihuman og skwela tong dalaga pa ko. Dili unta kinahanglan sa akoang anak manarbaho. Maka-skwela ra siya bisan unsa na kurso iyang gusto ug bisag asa na skwelahan niya gusto. Walay adlaw na wala nako gibasolan ang akong kapkyas. Kay tungod dili lang ako ang nakabati sa epekto niini- apil na akong mga anak”. (p. 4)

El cuenco de Law-uy no era sólo un plato básico en su casa; era un brebaje de las consecuencias que tuvo que afrontar con sus hijos después de que decidiera no seguir estudiando cuando aún era joven.

Tuvo que depender de los productos de su vecindario para poder tener algo que comer. A veces, la visión de los calvos árboles de Malunggay le roe la conciencia porque por mucho que quiera dejar de cosechar en sus patios traseros, sólo puede tragarse su orgullo y coger unos cuantos tallos más para sobrevivir.

El Magic Sarap y Knorr Cubos que daban sabor a su sopa eran todo lo que su dinero podía permitirse a veces. Puede que el sabor no fuera tan bueno como el de utilizar carne para hacer caldo, pero era mejor que tener sólo agua hervida para sorber durante la noche. La altura del árbol Malunggay donde cosechan era una metáfora de su deuda: la lista era tan larga que sólo podía esperar que sus hijos no sintieran que los trataba como un plan de jubilación porque recurría a ellos cuando necesitaba dinero para su sustento.

Sólo podía imaginar la amargura del arrepentimiento que ella consumía en sus comidas, pero eran píldoras duras que no tenía más remedio que tragar cada día. Tenía que consentir en vivir así y poner comida en la mesa a pesar de todo. Después de todo, es una madre que debe servir a su familia.

“Samtang pahuman nako’g hukad, nakita nako akong anak na dalaga na nangkuha og plato gikan sa palangganang gamay… Nganong magkuha pa man siyag lain nga kakita na siya nga naay plato sa lamesa para niya?”

Se preguntaba la madre mientras preguntaba a su hija adónde se dirigía con otro plato en la mano. Ella respondió que iba a fingir que devolvía el plato a su vecina para que pudiera cenar en la fiesta aunque no estaba invitada.

Terminar la historia con semejante respuesta de su hija me dejó un sabor agrio en la boca. Si me pusiera en el lugar de la madre, me habría sentido más decepcionada conmigo misma porque no pude darle a mi hija la vida que quería por mucho que me sacrificara por ella. Ella siempre querrá algo más de lo que yo podría darle aunque le ofreciera lo que no tengo. Pero por mucho que quisiera que se quedara a cenar conmigo, la dejaré marchar. Dejaré que quiera más. La dejaré explorar la mesa más allá del cuenco de Law-uy que comparto con ella y su padre porque creo que tiene una vida por delante.

Pero ésa sería sólo yo y sigo teniendo curiosidad por saber qué habría pensado la madre de la historia si el escritor hubiera seguido escribiendo más allá del diálogo de la hija. ¿La avergonzaría por colarse en la fiesta de alguien? ¿La regañaría por elegir cenar con otras personas en lugar de con ellos? ¿La haría sentir culpable y se quejaría de lo mucho que se esforzó en cocinar su “Law-uy” para que se quedara con ellos en su lugar?

Nunca lo sabría. Si Dios se apiadara de ellas, la madre habría superado esa cena sin una sensación de pesadez en la boca del estómago.

No obstante, creo que el Law-uy es un plato bastante sencillo de recrear en mi cocina: hervir 5 tazas de agua; echar el hojas de malunggay y Saluyot y déjelo cocer a fuego lento durante 2-3 minutos; añada sal poco a poco hasta conseguir el sabor deseado; remuévalo y sírvalo caliente. Bueno, a mí me parecía fácil hasta que no me quedaba más remedio que vagar por mi barrio y rebuscar ingredientes en los patios traseros de otras personas con el peso de la culpa esposando mis manos a una posición de rezo.

La gratitud no es lujosa por una razón. Cuando no tengamos el privilegio de tener una buena vida, tendremos que vivir de las cosas que agradeceremos para sobrevivir. Es difícil prepararse para algo que uno no tiene la bendición de hacer. Un cuenco de Law-uy puede parecer un plato insípido para servir en la mesa hasta que se convierte en un milagro preparado por unas manos que piden clemencia. La esperanza es nuestra forma de arreglárnoslas. Nos las arreglamos con la esperanza que rascamos de la bondad de los demás.